Fight against cancer

El resurgir de un héroe (pequeño relato de fantasía épica)


Fue algo repentino, una voz empezó a hablarme: - Debes llegar a Lena, ¡rápido!.

Yacía tumbado inmóvil, con la cabeza ligeramente hacia el costado derecho. No sentía el brazo derecho ni las piernas. Un fuerte dolor de cara, cabeza y costillas me impedía casi respirar. ¿Qué hacía allí? ¿Quién era yo?


Empecé a sentir un frío desgarrador. Tenía la boca ligeramente abierta, y la lengua congelada.


Traté de abrir los ojos, pero el dolor apenas me permitía despegar ligeramente el párpado izquierdo. Todo estaba oscuro, la luz de la luna se reflejaba en los salientes de unas rocas, a lo lejos, por encima de la nieve. Había mucha vegetación, árboles y arbustos cubiertos de nieve y hielo rodeaban lo que parecía ser un claro. 


Estaba solo, no había huellas en la nieve, y solo se escuchaba el viento soplar por las copas de los árboles, haciendo crujir las ramas y produciendo pequeños desprendimientos.


¿Cómo había llegado allí?¿Dónde estaba? No recordaba nada.


Traté de mover el cuello, los músculos no me respondían. De nuevo aquella voz: - El poder reside en Iyek. Debes llegar a Lena, 
¡rápido!.

No sabía qué era aquello, no recordaba nada. Traté de nuevo en mover los brazos, pero un dolor intenso me recorrió el cuerpo por dentro.


No podía seguir así, notaba más y más dolor, y me quedé un tiempo con la mirada perdida. Tenía que hacer algo. Entonces empecé a notar el brazo izquierdo y la mano. Debía llevar algún tipo de cota de malla y guante, quizá de cuero. Empecé a mover los dedos de la mano, a la vez que noté sensibilidad en el cuello. Pude mover la cabeza, y vi que estaba sobre una roca, en lo que parecía ser la base de un precipio. Las nubes impedían ver la cima.  


Estiré el brazo hasta alcanzar el tronco de un joven abedul, de nuevo un rayo de dolor me atravesó dejando paralizado.


En ese momento, empecé a sentir que no estaba solo. Algo se deslizaba con dificultad cerca de mi cabeza, no podía ver qué era. Un hocico gris se acercó a mi cara y empezó a lamerla. Debía ser un animal algo mas grande que un perro, con unos ojos azules como agua marina. Se acercó a mi cuello y delicadamente mordió a la altura del hombro derecho.


Se escuchó un gemido y empezó a estirar. Despacio, y haciendo varias pausas, consiguió desenterrarme de la nieve que cubría la parte inferior de mi cuerpo. Ladró dos veces y aulló como si fuese lo último que hacía en su vida.


Mientras se dirigía con mucho esfuerzo unos metros hacia el centro del claro, vi que tenía una herida en el costado por la que había perdido mucha sangre.


Empezó a escarbar, se giró hacia mí, se acostó, y quedó mirándome con la cabeza en el suelo. Había perdido mucha sangre, y quizá este fue su último esfuerzo. Pasados unos segundos cerró los ojos, y ya no se movió más.


Por alguna razón la muerte de aquel animal me hizo sentir una rabia interior que me dio fuerzas para levantar el tronco y quedarme sentado. Vi que no tenía brazo derecho. Acerqué la mano y noté un muñón y la manga cerrada cubriéndolo.


Cerré el ojo y empecé a respirar hondo. La combinación de dolores por todo el cuerpo me producían una sensación de desmayo e impotencia. Con un movimiento rápido, estiré el brazó izquierdo en dirección al camino de aquel animal, de modo que conseguí darme la vuelta.


Boca abajo, empecé a reptar como pude, con la intención de llegar a donde estaba aquella bestia.


Empecé así a notar los dedos de los pies, estaban dentro de lo que parecían unas botas de cuero. Eran ligeras, cómodas y calientes. Pude empezar a mover mis piernas.


Cuando alcancé aquel animal, me quedé contemplando su cuerpo magullado por un tiempo. Me sonaba familiar, aunque no podía recordar porqué.


Observé una correa de color castaño, que sobresalía debajo de su vientre. Tiré de ella y pude sacar un zurrón desgastado. Desabroché los cintos y pude ver dentro un porrón, dos pequeños saquitos, y multitud de unas hojas que envolvían pequeñas tortitas esponjosas.


Abrí el primer saquito y ví que contenía tres anillos de plata, con la esfinge de un oso, un lobo y un dragón. Decidí quitarme el guante y colocármelos en los dedos centrales de mi única mano.

El segundo saquito estaba fuertemente atado. Era un nudo imposible. Noté que estaba lleno de alguna sustancia arenosa. Lo volví a dejar, y cogí una hoja con aquella especie de pan. Decidí acercarlo a la boca, mientras soportaba aquellos dolores agudos de mandíbula, nariz y pómulo derecho.

Para cuando conseguí empezar a masticar, vi que una sombra negra iba cubriendo la luz que entraba por aquel claro. Nubes oscuras estaban cubriendo el cielo.


- Kumalg, Tainyá, Deché; Acbléxs, Octag. Debes llegar a Lena, ¡raudo!.

No sé cuánto tiempo había estado de nuevo inconsciente. Me encontraba con energías renovadas, como si un hechizo hubiese mitigado el dolor a pequeñas molestias. Pude abrir los dos ojos y vi una inmensa negrura combatida por una débil luz azul cobalto que salía del zurrón.

¿Qué había sucedido? ¿Cómo era posible aquello? ¿Quién era yo? ¿Dónde está Lena? ¿Quién me habla? ...

No comprendía nada.

Decidí recoger el zurrón dejando las pertenencias dentro y cogí el saquito que iluminaba con fuerza con aquella luz azul. Algo estaba mal. Aquel misterioso animal que me había desenterrado de la nieve no estaba. No podía ser cierto.

Acerqué la luz en el hueco donde debía estar, y vi lo que parecía el mango de una espada, y un cincho oscuro de cuero con adornos plateados. Empecé a escarbar en la nieve hasta que pude extraer aquella arma. Venía en una vaina de unos ochenta por quince centímetros, también de cuero negro con adornos plateados.

Instintivamente me calcé el cincho con la espada a mi izquierda, colgué el saquito de luz en el cuello, recogí el zurrón y me lo colgué atravesado desde el hombro derecho, y me puse de pie. Podía mover todos los músculos. No podía creerlo.

Empecé a notar una energía en los dedos de mi única mano. Un halo blanco salía de mi puño cubierto por el guante y recubría todo el cuerpo. Empecé a escuchar sonidos lejanos, podía enfocarme en una dirección para escuchar mejor. Se mezclaban gritos, aullidos, pisadas, lloros, risas macabras, golpes, muchos golpes metálicos, ...

De algún modo aquello me enfurecía, entonces empecé a escuchar un sonido tranquilo, hueco, como de agua corriendo por debajo del hielo, lo estuve siguiendo durante varios minutos hasta que era casi imperceptible. 

De pronto, aquella voz: - ¡Despierta! Te necesitan. Debes ir a Lena, ¡rápido!

Empecé a caminar en aquella dirección, inexplicablemente tenía fuerzas suficientes, incluso con la nieve hasta las rodillas.

Conseguí subir un montículo y comenzó de nuevo a nevar...

P.P.B. (29 - 10 - 2019 )

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